20 octubre 2006

La Providencia

Durante estos meses, y más en las últimas semanas, hemos oído muchas veces el comentario "ese el el hijo que os ha tocado", tanto para nosotros como para cualquier otro embarcado en esta historia. El destino, la suerte, ...o el que Dios ha querido, son algunos de los argumentos que sostienen esta expresión tan socorrida en momentos de dudas o dificultades.
Cuando Inma y yo comenzamos esta aventura, pensábamos, como supongo que pensarán casi todos los padres que viven en ella, si nuestro hijo o hija habría nacido ya, en qué lugar del mundo se encontraría, si su madre estaría embarazada de él, con quién estaría o qué haría en ese momento.... Tratas de imaginar a esa criatura que un día será tu hijo o hija y que es posible que esté en el mundo, en algún lugar recóndito de él, ya que por aquellos tiempos lo del país nos era indiferente.
En realidad, Álvaro nació sólo 17 días después de comenzar el camino, por lo cual, sin saberlo ninguno de los cuatro- Pablo incluido- nos hemos ido acompañando en nuestro caminar a miles de Km de distancia casi todo el trayecto. Cada paso que damos, Álvaro crece en la distancia, se desarrolla y, en una palabra, vive.
Desde el principio, nosotros hemos estado firmemente convencidos de que la Providencia ha estado y está presente en cada momento. Desde aquel en el que, con la ilusión de la juventud prende la llama, hasta el día de hoy. Sabemos que ésto no es porque sí, por un capricho o por un impulso y que es esa llama la que nos da aliento en los momentos en que nos falla.
Pero estábamos equivocados.
Hemos pensado durante mucho tiempo que había un niño en cualquier lugar del mundo que iba a ser el "elegido", el que iba a tener la "suerte" de venir para acá, con una familia que le iba a dar todo lo que en su mano estaba para que tuviera una oportunidad. Era como si una varita mágica estuviera seleccionando su elegido.
Y, repito, estábamos equivocados.
Un día, en el curso de formación, la psicóloga nos dijo que era el niño el que nos elegía a nosotros y no al revés. Nosotros, como padres con intención de adoptar, abríamos nuestras posibilidades, nuestro corazón y nuestro mundo, a un menor. No lo elegíamos, abríamos la casa. Eso cuesta asumirlo en un mundo en el que el sentido de pertenencia de las cosas y el ser dueño de tu propia vida te hacer llevar el timón. Pero también nos dimos cuenta con el paso de los meses que si no pensábamos así , este gesto se convertiría en algo egoista. Abrir la casa era abrirnos a lo que la Providencia nos tuviera reservados.
Ahora sabemos que no había un niño esperándonos en cuaquier lugar del mundo, sino que había, en una parte muy concreta del mismo, unos padres a los que Nikita buscaba y que la Providencia, y no el destino o las estrellas, ha elegido.
Obviamente, seguimos confiando.

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