20 abril 2007

Semana Santa


La Semana Santa de un ruso en Andalucía suponía yo que sería de choque brutal, incomprensión de los hechos acaecidos en las calles, pensamientos internos de locura de sus semejantes o, incluso desde el punto de vista ortodoxo, tal vez de perversión iconográfica. Pero yo he conocido un rusito al que se le ha ido la olla con los Señores, la Vírgenes, los tambores y las trompetas. La verdad es que su adaptación a lo español es alucinante. Ya en cuaresma dio algunas pistas en algún concierto de marchas al seguir con interés los solos de cornetas o incluso la granaera. Pero el domingo de ramos, con varicela incluida, difrutó como un enano con la Borriquita. Su afición es tal que ya ha dejado afónicas a un par de trompetas y varios tambores han quedado en el camino. Y yo que pensaba que a Pablo le gustaban... Todas las procesiones que no han salido por causa de la lluvia se han paseado por el pasillo de mi casa en la primera semana de Pascua. De hecho, han desfilado el crucificado que me traje de Perú y que está colgado en nuestro cuarto y la María Auxiliadora que presidió nuestra boda. El capataz Pablo daba las órdenes pertinentes y se ponía en marcha el cortejo. Incluso los contenedores de juguetes han participado del cortejo. La "ta" de Pablo , conocida como la manta de Mari Conchi, ha sido un fantástico manto que se ha alternado en uno u utro hermano.


Como muestra, el video que queda en la entrada de este blog.
A su padre, que le gusta y que hacía cosillas similares, pues eso, la baba.

El viaje de vuelta

He tardado mucho, cuatro meses y medio, en contar este último capítulo de nuestras andanzas en Rusia. Me ha costado abordarlo de nuevo, pero no quería que este cuaderno de bitácora quedase cojo. Y me ha costado porque fue una experiencia durísima.



Ese 8 de Diciembre, día de la Inmaculada, nos levantamos a las 3 de la mañana -una en España-. Si para nosotros fue duro, imaginaos para Álvaro. En medio de la madrugada, un taxi nos llevó al aeropuerto de Moscú. Despegabamos de Rusia, con mucho miedo en el cuerpo, con incertidumbres ante la nueva vida que se nos brindaba y con la extraña sensación de irnos con un niño que había sido muy deseado, pero que era un completo extraño para nosotros. Los sentimientos de afecto y cariño apenas nacían en esos primeros días y dificultaban la convivencia con este extraño al que sacábamos de su ambiente y rutina para llevarlo al otro extremo del mundo ... y de su mundo. Para él, nosotros si que éramos desconocidos. Nadie le había ni preguntado ni preparado acerca de lo que se le venía encima. Un buen día, llegan unos tipos de aspecto raro, a los que no entiende, y se lo llevan de su cama, sus compañeros, sus cuidadoras...



Que duro para todos.



Por suerte, Álvaro se quedó dormido hasta Frankfurt. Esas dos horas las salvamos bien. Luego, una espera y hasta Madrid. La cosa comenzó a complicarse. Inquieto en el avión, tratamos de usar el DVD portátil, pero no sirvió para nada -ahora le encantan los Baby Einstein-. Y comenzó el llanto, la agitación,...Pero lo más duro estaba por llegar, la última etapa de todos los viajes. El AVE hasta Córdoba , de 4 a 6 de la tarde, fue horroroso. Cansados todos, Álvaro no dejó de llorar ni un minuto. Entre vagones íbamos pasando el viaje. No llegábamos nunca. Y llorar y llorar y nuestros nervios, nuestro cansancio, a flor de piel. El ánimo tocado, la paciencia acabada...



Y llegamos. Y nos esperaban al final de las escaleras mecánicas mis padres y Pablo. Cuantas veces habíamos soñado reencontrarnos con él con su hermano entre nosotros. Cuánto lo habíamos echado de menos. Cuántos miedos en esa escalera. Al fondo, nuestro primer hijo, al que tanto queríamos. Con nosotros, nuestro nuevo hijo, que en ese momento sólo tenía el "título" que le otorgaba una sentencia. El cansancio, los miedos, las dudas, el amor a Pablo,la ilusión de mis padres, el reencuentro...rompieron en un cúmulo de emociones que jamás podré olvidar.