18 octubre 2006

Hay que currárselo

El tercer día de nuestra estancia en San Petersburgo, jueves 28, comenzó a convertirse en una rutina el levantarse tempranito para ir a ver a Álvaro. Realmente era lo que daba sentido al día, ya que a las 12 de la mañana el rato habría terminado. De nuevo la escena que se hacía cotidiana: paseo por el jardín y vislumbrar entre los grupos de niños si estaba el nuestro. Lo vimos en uno de los espacios que hay para los columpios. Siguiendo también esta recién estrenada costumbre, Álvaro pasó de nosotros, pero ahí estábamos los tres, con la mochila del pollo naranja llena de chuches y entretenimientos para captar su atención. Cuando los niños nos vieron, los más mayorcillos, que aprenden rápido, nos recibieron con sus mejores sonrisas en busca de algún caramelo, carantoña o pompa de jabón. Todos nos seguían y se agarraban a nosotros menos él, que con su pala rosa, su cubo y su bici seguía a su bola. Al principio nos mostramos condescendientes con todos, pero tuvimos que ir dándoles de lado -eso cuesta- para centrarnos en él.
Ese día nos quedamos muy impresionados por muchas cosas. En primer lugar, por su independencia. Estamos acostumbrados a Pablo, que es independiente cuando le parece y cuando no, que es casi siempre, no se separa de nosotros. Álvaro, como buen superviviente de la vida, se la busca. Iba solo del tobogán al columpio, de aquí a coger arena con una botella cochambrosa, y de aquí de nuevo al columpio. Nos impresionó también su desarrollo psicomotor. Aunque ya habíamos visto que no estaba mal, cuando vimos a ese niño subirse al tobogán solo y tirarse de cabeza,... las comparaciones son odiosas y tendremos que ir aprendiendo a poner a cada hijo en su lugar, pero es que Pablo no se ha tirado de cabeza del tobogán en la vida ni tiene intenciones de hacerlo por el momento. Fue otro momento shock.
El caso es que había que acercarse a él. Y que mejor forma que intentarlo con un caballo ganador: las pompas de jabón. Aunque esto supuso un nuevo revoltijo del grupo de iguales -como dicen en los cursos los entendidos- dimos de nuevo con la tecla y Álvaro comenzó a activarse y sonreir. Luego, el móvil. Le encantan sus sonidos y asomaba la cabeza para ver qué pasaba en ese aparatejo. Nos lo llevamos al columpio y ya se ha visto en el video que se enganchó chocando las manos y las cabezas. Juegos de niños más pequeños, como hemos dicho otras veces, síntoma de ausencia de juegos en esta cotidianeidad de la que hablamos.
Poco a poco nos desembarazamos de sus amigos y nos quedamos los cuatro solos. Fue entonces cuando Pablo le enseño, en un momento de lo más entrañable y tierno, a comer un chupa chups -"se chupa, no se come", le decía Pablo. Por un momento nos imaginamos lo bonito que seguro será ver como los dos jugarán juntos en unos meses y se sigan por la casa correteando...Quitar la nariz con los dedos, hacer muecas con la cara,...unos cuantos momentos sencillos como estos y nos dimos cuenta que....nos lo habíamos currado y estábamos a gusto los cuatro.
Después, nos fuimos para dentro e Inma le cambió los zapatos a Álvaro. Fue a lavarse las manos y ... a comer. Este fue sin duda el momento de mayor impacto de todos los días. Comen solos todos, pero Álvaro llegó el primero, se tomó los dos platos y el postre con una ansiedad impresionante, terminó el primero y acabó comiendo pan. Tremendo. De la dieta, ya hablaremos otro día porque también merece un capítulo. Y también de la segunda parte de la montaña rusa, porque estos impactos de este día nos hicieron mella.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Entre rato y rato, el que me dejan la morena y la rubia, he conseguido acabar de leer todas vuestras "aventuras". ¿Sabéis que Álvaro y Cristina cumplen años el mismo día? Una coincidencia más en nuestras vidas. Besos, Conso