07 septiembre 2006

El comité


Realmente a lo que íbamos en este viaje era a depositar los documentos en el comité, que viene a equivaler a una delegación del ministerio de educación. Nuestros papeles estaban ya en Rusia desde finales de Abril, ya que fueron enviados para la niña. El hecho de viajar unicamente para esto es que la adopción por libre no permite intermediarios. La gente que nos ayuda allí son considerados como "amigos" -al final acabarán siéndolo, probablemente-, que nos acompañan y que nos sirven como traductores, pero la oficialidad del tema hace que sean los padres los que den la cara en todo momento.
Habíamos quedado con Sergei, el chofer, un tipo de casi dos metros, de sonrisa escasa y con la mosca detrás de la oreja todo el día, ya que hablábamos de él -los españoles y nuestra guasa- y pillaba algunas cosas que yo pensaba que en una de ellas se volvía. También vendría María, la traductora, una chica agradabilísima y cálida que nos hizo el viaje muy ameno. Habíamos desayunado en el buffet del hotel, que...bueno, podriamos dedicarle un capítulo. Lo haremos, porque lo del hotel es para pararse.
Si es que esto da para un libro, de verdad.
Al lío. Una vez subidos en el microbús los ocho, yo con mi traje de pana y mi esposa con sus taconacos y su traje vaquero ultradivo, nos dirigimos en una soleada y templada mañana de lunes al comité. Gran atasco, propio de una ciudad de 5 millones de habitantes, con 42 km de largo y 25 de ancho. Llegamos a las 9'40. Abrían a las 10 y Marina llevaba allí desde las 7. Era el último día para la entrada de admisiones, ya que parece que lo de la adopción en Rusia se cierra de momento, así que había muchísimos españolitos trajeados haciendo cola. Nada simpáticos, por cierto. La verdad es que aquello parecía una peli de espías. Todo secreto. Nadie se miraba. Los documentos no se veían, aunque eran carpetas enteras. Ni los españoles hablábamos entre nosotros. Los 8 de la expedición permanecimos en el microbus sin bajarnos -así estaban las cosas- pendientes de las llamadas de Marina al móvil de María. Marina nos hizo pasar los primeros -esa mujer se merece un monumento, pero le dedicaremos un capítulo-, en parejas, nada de grupo.
La verdad es que lo más familiar del viaje fue este momento, porque era como estar en casa. La funcionaria de turno no nos miró, ni nos dijo buenos días, ni nada de nada. Vamos, como en la Junta. Sintiéndonos cómodos en ese ambiente, no vimos raro que no encontrase nuestros documentos - como en la Junta-, ni que le dijese a la traductora que los buscase ella misma por la mesa -algo insólito-. Al final, identifiqué en uno de los miles de papeles que había sobre la mesa mi firma y, decidido, señalé a nuestro expediente. He hecho muchas recetas ya y me la conozco de lejos. Así que ella archivó la carpeta y nos fuimos. Ni adiós ni se el color de sus ojos. Y no firmamos nada. Así que para eso fuimos a Rusia. Todo duró alrededor de un minuto.
A la salida nos hicimos esta foto, muy contentos claro, pues de allí ya no nos mueve nadie sin traernos a nuestro hijo.
Para celebrarlo, invitamos a Marina a comer en un sitio muy chulo, con un cordero buenísimo y unos arenques frescos llenos de Anisakis muy ricos.
Y cervezas de medio litro cada uno. El mito de la bebida es cierto, amigos. Pero la cerveza esta buenísima.
Una cosilla. Aunque vamos contando cosas poco a poco, si alguien quiere hacer alguna pregunta o sugerencia para que nos paremos un poco, puede hacerla.

No hay comentarios: