18 diciembre 2006

El reencuentro







El 3 de Diciembre habían pasado más de dos meses desde el 29 de Septiembre, la última vez que vimos a Álvaro. Habíamos llegado a San Petersburgo la noche de antes, bien entrada. Hospedados de nuevo en el enorme e impersonal Hotel Moscú, a las 9 estábamos dispuestos para ir a la Casa Cuna.
Ahora amanece allí cerca de las 9:30, por lo que parte del camino lo hicimos de noche. A medida que se iba haciendo de día, la ciudad estaba teñida hasta las cejas de un gris oscuro que no podré olvidar. Nunca he visto un día más gris que ese y los días que siguieron. Los nervios estaban a flor de piel. De nuevo esa sensación de hormigueo en los dedos, ese temblar interno, ese malestar que te reconcome por dentro... Apareció de nuevo el recodo a la derecha que nos sacaba de la avenida principal y que nos conducía, callejeando , a la verja. La verja por excelencia. De nuevo la imagen. Niños paseando por el jardín a pesar de ser Diciembre,...y el olor. Como si de una reacción de inmunidad se tratase, la respuesta al mismo fue brutal. Esta vez si que aparecieron las nauseás en nosotros. Viajábamos Rafa, María, la traductora María y nosotros. Fue horroroso. Ahora lo recuerdo y casi se me levanta el estómago de nuevo. Tuve que respirar un buen rato por la boca para aguantar. Alguno no pudo y llegó a vomitar. Qué sensación más desagradable.
Pronto nos trajeron a Álvaro a la sala de música. Y, hala , a llorar. Durante 15 mn no dejó de llorar para nada. Se arrastraba hacia atrás, metiendo la cabeza debajo de las sillas. Aunque era lógico que llorase, al fin y al cabo éramos unos grandes extraños para él y estaba solo con nosotros, no nos habían dicho que lloraba con frecuencia. Eso lo hemos visto ahora, y es de los aspectos que más nos cuestan, pues es muy llorón y a veces no sabemos como abordar su llanto cotidiano.
Pero volvamos a aquel día. Gracias, una vez más, a las pompas de jabón que decidimos sacar a pesar de la alfombra y el parqué, porque veíamos que no había otra forma, comenzó a calmarse y a jugar. El móvil, los juguetes musicales y las ceras que llevábamos hicieron el resto y poco a poco conseguimos que se calmase. Nos dimos luego un paseo por la sala, tocamos el piano,...y todo fue mejor.
Me empapó el pantalón de pipí. Pregunté que tipo de pañal llevaba. No llevan. No hay dinero...dicen. De hecho, cuando nos lo dieron llevaba calzoncillos y el culo lo tenía picadísmo, para verlo. En fin. Hoy ya lo tiene mucho mejor.
El recuentro acabó bien. Animados, nos fuimos al hotel de nuevo sabiendo que la próxima vez que volviésemos sería para llevárnoslo.

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