16 enero 2007

La recogida







El 5 de diciembre nos levantamos tarde. La mañana se presentaba sin mucho ajetreo. Nuestro único cometido era ir a solicitar los pasaportes de los niños en la comisaría...o lo que aquello fuera. Funcionarios similares a los nuestros, con sonrisa encantadora ...en su casa, nos atendieron y nos dieron unos folios para ir cumplimentándolos. Acabada la misión, nos fuimos de nuevo a la pizzería de al lado del hotel Habíamos quedado a la una, ya que a las 4 íbamos a recogerlos. El almuerzo fue tenso. Nos costaba trabajo controlar los nervios. En pocas horas tendríamos para siempre a nuestro hijo. La aventura comenzaba de verdad y el miedo a lo desconocido, a las reacciones, a la primera noche,...que estrés. Comimos como pudimos y nos fuimos a descansar a la habitación.


A las 4 ya era de noche. Hicimos el viaje con Yuri, el taxista del día. De noche, con frío, atascos, el viaje se hacía interminable. De hecho, tardamos una larguísima hora en llegar por última vez a la casa cuna.


Más de un mes después, revivir estos momentos vuelve a ponerme un nudo en el estómago y parezco revivir los intensos nervios de esos minutos.


Ese día la casa cuna olía intensamente a pintura, ya que estaban dando unos toquecitos a algunas salas. Lo agradecimos mucho. Preferíamos ese profundo olor al horrible habitual.


Nos llevaron a una sala en la que no habíamos estado nunca. Era muy pequeña y nos llevaron allí a Álvaro. Nos ordenaron -fue así- que le quitásemos la ropa y le pusiésemos la suya. Su llanto no cesaba de escucharse. Era muy agobiante. Fue duro comprobar que, efectivamente, no tenía pañal, y tenía sus ingles, escroto, glúteos, completamente "picados". No merece la pena dar más datos.


Nos sorprendió que la ropa de Pablo no le estaba. Tuvimos que quitale la camisa y dejarlo con el jersey, que dificilmente le entraba. El llanto siguió practicamente la media hora que estuvimos en esa salita. No había forma de consolarlo.
En la foto podemos observar como Álvaro sigue llorando cuando una cuidadora lo saca de la pequeña habitación en la que le cambiamos de ropa. Al fondo, la alfombra en la que nos revolcamos tratando de hacer cualquier cosa para que se tranquilizase, aunque no conseguimos nada.

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