24 enero 2007

Comiendo solitos



El 6 de diciembre comenzó tras 12 horas de sueño por parte de Álvaro, con un solo despertar nocturno. Un crack. Hoy mismo lo he despertado tras más de 13 horas de sueño. La verdad es que luego se nota que tiene las pilas cargadas el muchacho. Desyunó solo esas "gachas" de horrible aspecto y olor nauseabundo y le encantaron - a los rusos les gusta mucho eso, en fin. Supongo que a ellos les darán asco otras cosas nuestras-. Así que se puso morado. Y de aquí, al centro comercial, ya que a Manuel le estaba todo grande y ya aprovechamos nosotros y le compramos una camisa, que las de Pablo le estaban chicas.


Llovía esa mañana, y allí que fuimos en autobús al centro con los niños. Un poco caótico. Y sin carros, y con caminatas , y con el Alvarete pesando un quintal. Así que me lo subí a los hombros,...y, bueno, aguantó bastante rato. El centro, gigante, y compramos las cosillas mientras los niños correteaban flipando entre ropas, luces navideñas y pasillos llenos de brillo. No hay que olvidar que no habían pasando de las paredes de la casa cuna hasta ese momento.


A la vuelta, fuimos a comer al hotel. Un espectáculo para el público asistente como los niños tan chicos comían solos. La gente se paraba a verlos, porque la verdad es que era espectacular. Después, siestecita que se echó con su madre mientras Rafa y yo negociabamos los últimos cabos con Marina...yo ya me entiendo.


Por la tarde, al aeropuerto porque dejábamos la ciudad de los zares para ir a la capital. El vuelo fue corto, de una hora, pero complicadillo. A Álvaro el Baby Bach no le interesaba -ahora le mola mucho- y dijo que no, que el no quería lo del avión. Así que aguantamos el tirón como pudimos y...llegamos a Moscú.


Allí nos esperaba Anna, una intérprete que nos condujo al Hotel Ucraína. Espectacular, de cientos de habitaciones, con gente por todos lados de todos los lugares, con clientas similares a las del hotel Moscú... y con una habitaciones un tanto anticuadas, de techos altas, poco confortables, les hacía falta una reformita, vaya. Cenamos el clásico jamón y queso envasado con palillos mientras Álvaro se quedó finalmente dormido en la cama tras no cenar - los potitos no le entraban y la leche tampoco - y pusimos el canal internacional para ver algo de nuestra añorada España.


Y así transcurrió el día de la Constitución más raro de nuestra vida.

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